El error es una acción que produce un resultado no deseado por alguien. Cuando cometemos un error, lo mejor es asumirlo y solucionarlo. Debemos reconocer el error, aunque no sea fácil, ver que daños se han causado, como pueden ser reparados y repararlos. Si es necesario pedir perdón y perdonarse. Y por último aprender del error para que en un futuro obtengamos mejores resultados. No hay que tener miedo a reconocer nuestros errores, ya que sólo así aprenderemos a afrontarlos y a mejorar nuestra manera de ser y nuestra calidad de vida.
No somos perfectos y tenemos dificultades a veces que nos bloquean o nos conducen a distorsionar la realidad, haciendo que nuestras conductas no sean las más apropiadas ni las que quisiéramos mostrar.
La mejor ayuda que podemos dar en este caso a nuestros hijos es con nuestro ejemplo, por lo que deberemos preguntarnos qué hacemos nosotros cuando cometemos un error, si toleramos bien la frustración, lo reconozco y pido disculpas o intento disimularlo…
Cuando nuestros hijos comentan un error, deberemos analizar lo ocurrido con ellos y trasmitirles seguridad de que se puede subsanar dicho error. Para ello analizaremos juntos las posibles opciones existentes animándoles a que se decanten por la mejor y más constructiva, sin culparles, ni etiquetarles, sin enmendar su error, ya que cada uno es responsable de sus errores y sus consecuencias.
No somos perfectos y tenemos dificultades a veces que nos bloquean o nos conducen a distorsionar la realidad.
Debemos animarles a que tomen decisiones aun a riesgo de equivocarse, fomentando la capacidad de rehacerse de los fracasos, de aprender de las situaciones que la vida les va dando. Enseñémosles valores, maneras adecuadas de actuar, y la importancia de pedir consejo cuando lo necesiten apoyándose en los demás y aprendiendo a escuchar y valorar las distintas opiniones.
Ante un error nunca debemos recurrir al castigo, sino imponerles sanciones que sirvan de correctivo. El castigo solo genera miedo, resentimiento, baja autoestima, culpa y no mejora la capacidad de reacción en otra situación igual o parecida.
A veces las cosas no siempre resultan como esperábamos y las ilusiones y expectativas que teníamos pueden no cumplirse. Es parte de la vida. La frustración es el sentimiento que surge ante una situación en la que un deseo, un proyecto, una ilusión o una necesidad no se satisface o se cumple. No podemos evitarla, pero sí podemos aprender a manejarla y a “superarla”.
Hay que aprender a tolerarla en la infancia, si no el adulto seguirá sintiéndose mal ante cualquier límite o ante la necesidad de posponer una satisfacción.
Ante un error nunca debemos recurrir al castigo, sino imponerles sanciones que sirvan de correctivo.
La baja tolerancia a la frustración nos causa enfado, depresión e incapacidad ante cualquier problema y provoca la evitación o mala solución de los mismos. Según la intensidad de la frustración y nuestras características personales, la reacción podrá ser de molestia, ansiedad, depresión, angustia, enfado, rabia…
Sobre los 3 años, cuando el niño desea algo y no se le concede, se desencadena la rabieta al no ser capaz de controlar su ira o su frustración. Es un comportamiento llorón de gritos llamativos con los que busca resolver la situación a su favor. Su reiteración, aumento y utilización, dependerá de la respuesta que obtenga de sus padres.
Ante la primera rabieta se ha de responder con calma, pero con determinación. Hablar con el niño y ser inflexibles. El niño no puede conseguir lo que se propone. A veces ignorar sus pataletas puede ser eficaz. Cuando deja de llorar es cuando se le hace caso. No importa el lugar donde éstas se produzcan, en el supermercado o con los abuelos… se actuará de igual manera. No le hacemos ningún favor ni a nosotros tampoco si cedemos y le damos lo que quiere. Hay que enseñar a los niños a dominarse, a controlar la rabia, a limitar las manifestaciones de disgusto.
Tolerar la frustración significa poder enfrentar los problemas y limitaciones que tenemos a lo largo de la vida.
Es tarea de los padres enseñarles a controlar y conducir los sentimientos de frustración, rabia o enfado, indicándoles de antemano lo que no se les consentirá, mostrándoles las vías alternativas existentes para la resolución de conflictos. Ayudándolos a buscar soluciones conjuntamente, valorar las que pudieran ser factibles y las que no. Ante las frustraciones hay que tratar de dar modelos de cómo se aceptan (no todo lo que hace uno sale bien) y como resolverlo.
Tolerar la frustración significa poder enfrentar los problemas y limitaciones que tenemos a lo largo de la vida.
Han de aprender a esperar, el éxito no se logra con inmediatez, sino con esfuerzo, tiempo y dedicación. Y sobre todo aprender a tolerar las frustraciones.