Miro el futuro en sus ojos. Cada mañana, al salir de sus habitaciones, vivos y activos, con toda la energía que a veces a mí me falta, con las mascarillas medio bajadas…
¡chicos las mascarillas!, esa es la frase estrella.
Sueñan el instante en que te entregan la hoja de salida. Solo con lo puesto, lo importante es respirar otros aires y que no sea con mi toniquete…
¡chicos las mascarillas!
En terapia todos en círculo, manteniendo las distancias, pero ¿quién aleja a los corazones que, al expresar sus emociones, tiñen vidriosos los ojos? Y ¿quién impide ese arranque a consolar, ese contacto tan necesitado para el que lo recibe y para el que lo da?
¡Y las comidas! Como las de las familias bien avenidas, aderezadas con jolgorio y discusiones. “Pásame el agua”, “toma el pan” y anécdotas varias; incluso alguno, acaba en el cuarto por malos modales, eso nunca lo descuidamos.
Apelamos a su responsabilidad, pero ¿quién con 15 años, uno arriba, uno abajo, puede cohibir un abrazo o un buen beso tras soñarlo durante toda la semana? No quieren el mal para nadie, eso lo sé. Convivo con ellos, son buenos chicos, aunque en su ignorancia, no son capaces de asumir la responsabilidad de que algo tan bonito pueda ocasionar tanto mal.
¿Quién con 15 años, uno arriba, uno abajo, puede cohibir un abrazo o un buen beso tras soñarlo durante toda la semana?
A ellos les cuesta ver al otro más allá de la necesidad que tengan de él. Yo, en cada abrazo que me arrebatan con cariño, veo a mis padres, vulnerables y cuidando de mis hijos, lo cual se transforma en un miedo aterrador, que al final y de nuevo, me hace prescindir de ellos, de los súper abuelos; y me obliga a protegerlos arrebatándoles lo que más vida e ilusión les da, sus nietos. Todo un sin sentido.
Volviendo a los chicos… sorprendentemente, aceptan sin rechistar. Ahora, sin mezclarse con otros grupos. Ahora, sin salir del módulo convivencial. Contando con que se corten salidas, incluso visitas ¡tal vez! Sin embargo, les cuesta interiorizar que a un padre o a una madre no se le levanta la mano, por eso, será tarea ardua comprometerles a poner su granito de arena en esta pandemia mundial mientras no les bombardeemos con indicaciones. Que la semilla dé su fruto, creo que no es imposible de conseguir, pues la gran mayoría, no vuelve a agredir a sus seres tan queridos.
Seguiremos este bonito camino, el de enseñar que no estamos solos, y que nos influimos inevitablemente; que adaptar esa influencia a las circunstancias es necesario y que esto también es demostrar Amor, el cual, habrá tiempo de celebrar como bien se merece. También el camino del errar, que tan cuesta arriba se hace a veces, pero que nos impulsa tras el aprendizaje a continuar con más fuerza.
Me siento muy orgullosa de mis compañeros, de los chavales que llegan a ésta, nuestra isla de Oceanía, y se van renovados como renovados quedamos nosotros a su paso. Y de todas las familias que nos confían su tesoro y sus esfuerzos.
Gracias.



