Seguro que a muchos de vosotros os contaron de pequeños la historia de “Juan sin miedo”. Este entrañable personaje buscaba sin parar cómo era eso de sentir el miedo, para ello llegó a enfrentarse a los peores monstruos de un castillo encantado, y en su tortuoso recorrido el pequeño Juan iba encendiendo continuamente pequeñas hogueras para poder sentir calor. El cuento finaliza cuando su amada princesa vierte un tarro de agua fría sobre Juan, lo que le hace temblar de terror. Descubre así que, de forma inconsciente, siempre ha ido evitando lo que tanto buscaba, ya que lo que verdaderamente le hacía sentir pánico era el frío y por ello su costumbre de ir encendiendo fogatas allá por donde iba.
El miedo, ha tenido un papel muy importante en nuestra supervivencia como especie. Es esta emoción la que nos ha permitido reaccionar ante los peligros y escapar cuando estos eran inminentes. De hecho, y por favor perdonadme la expresión, “cagarse de miedo” tiene todo el sentido del mundo, ya que cuando nuestros ancestros tenían que salir corriendo para huir de un peligro que les amenazaba, era muy importante disminuir la carga.
Hoy en día el miedo sigue teniendo una función muy importante, ya que nos alerta de los peligros a los que tenemos que enfrentarnos. Y sí señor@s, ya no tenemos que salir corriendo, huyendo de nuestros predadores, pero hay múltiples amenazas a las que tenemos que hacer frente. Los expertos clasifican nuestras respuestas en cuatro grandes categorías: huida, defensa agresiva, inmovilidad y sumisión. La que nos surja a cada uno, tendrá mucho que ver con nuestra historia de aprendizaje, ya sea este a través de nuestras experiencias vividas o las que hayamos visto de nuestros modelos más cercanos.
El miedo, ha tenido un papel muy importante en nuestra supervivencia como especie.
Pocas personas hay como Juan sin miedo, buscando sus miedos en la vida. Al final no deja de ser una emoción poco agradable de sentir: nuestro corazón comienza a palpitar apresuradamente, se acelera nuestra respiración, comenzamos a sudar, en muchos casos aparecen respuestas digestivas como las náuseas, bajan nuestras defensas y somos más vulnerables a las infecciones…Parece lógico querer evitar todas estas cosas. Sin embargo, es importante que seamos capaces de explorar esos miedos que nos limitan, reconocerlos, y darles forma para poder enfrentarlos de la manera que consideremos más adecuada. De lo contrario, seguiremos el ejemplo de Juan, e iremos encendiendo cálidas fogatas por nuestro camino sin saber muy bien el porqué.
En terapia me encuentro continuamente a personas que viven centrados en buscar soluciones para dejar de encender fogatas, quieren erradicar respuestas agresivas, no les gusta su incapacidad para afrontar ciertas situaciones, les faltan ganas de hacer muchas cosas o incluso se sienten sometid@s ante determinadas circunstancias. Yo intento guiarles para que cambien el foco, para que dejen de preguntarse cuál es la mejor manera de encender fogatas o dejar de hacerlo, y se centren en por qué sienten la necesidad de buscar el calor.
Está claro que no necesitamos enfrentar todos nuestros miedos, pero sí es importante detectarlos, especialmente cuando estos nos limitan, para desde ahí podernos responsabilizar de qué queremos hacer con ellos y sobre todo para no malgastar nuestras energías en mantenerlos.
¿Y tú? ¿Estás dispuesto a explorarlos?



