En la vida, no son tan importante los principios, sino los finales. De igual manera, lo importante no es llegar el primero, sino el viaje. Un viaje que ha de hacerse pausadamente con amor y cariño. Sin embargo, muchas veces el camino nos pone en situaciones tan complicadas que, por pura supervivencia, nos acabamos olvidando de algo tan importante como apreciar lo que sí tenemos; lo que sí está hoy; lo que nos sigue llenando de energía incluso en los días más fríos.
En nuestro Centro Terapéutico Residencial, atendemos a cientos de familias que viven circunstancias muy complicadas; que llevan años y años levantándose por las mañanas, a pesar de todas las dificultades que se han puesto en su camino.
¿Cómo lo hacen?
Seguro que, si les preguntáramos, muchos de ellos mismos no sabrían que responder; quizá el amor incondicional a su familia, la resiliencia que han desarrollado, o una buena red de apoyo. Lo que sí sabemos es que, una gran mayoría, consiguen seguir adelante, no rendirse y buscar todos los recursos posibles para devolver la calma y seguridad a sus casas.
“Semanas malas, minutos buenos” – Esto decía un padre en su última sesión de la terapia de grupo de padres que ofrecemos a todas las familias, cuyos hijos participan en nuestro programa. La verdad es que, al principio, no le di mucha importancia, pero con el paso del tiempo, acabó siendo una especie de mantra para los otros padres que continuaban el proceso. Acogieron esta frase como una especie de diálogo interno que los acompañaba en esos días en los que daban todo por perdido y no sabían de donde tirar.
“Semanas malas, minutos buenos”. Nunca he sido mucho de frases motivadoras, pero desde aquella sesión, esta frase se ha quedado en el grupo con mucha fuerza. Seguro que él, mejor que nadie, sabe con mayor precisión a que se refería. Han sido él y su familia quienes han vivido este proceso terapéutico con muchos vaivenes; muchos días grises; muchas llamadas preocupantes y muchas sesiones familiares difíciles de sobrellevar.
Quizá hablo desde una posición privilegiada, pero esta frase también se ha quedado conmigo. Incluso fuera de mi rol de terapeuta. Tanto, que me he puesto a escribir esto. Así, de tú a tú…
¿POR QUÉ a veces se nos hace tan difícil pararnos en el aquí y en el ahora?
Hace no mucho, en un viaje con amigas, se me ocurrió preguntar cuál solía ser su mejor momento del día. “Un buen desayuno por las mañanas”, “llegar a casa y hablar con mi madre sobre qué tal ha ido el día” y “pasear hacia el trabajo con la música puesta” fueron algunas de las respuestas. En cierta manera, no me sorprendió del todo, pero sí me quedé reflexionando.
¿POR QUÉ a veces se nos hace tan difícil pararnos en el aquí y en el ahora? ¿DÓNDE guardamos esos ratitos de confort? ¿CÓMO nos afecta estar tan pendientes del resultado y no del proceso? ¿CUÁNTAS sensaciones nos perdemos al pasar por alto lo que sí está ocurriendo? ¿QUÉ podemos hacer para que esto deje de ocurrir?
“Semanas malas, minutos buenos”. Ya nunca se me olvidará esta frase y aquel padre, que aventurado, con ilusión, esperanza y algo de miedo avanzaba en su siguiente etapa: convertir esos minutos buenos en horas, días, semanas…
A veces somos tan exigentes, incluso con nosotros mismos, que nos olvidamos de que no necesitamos una vida sin discusiones, sin decepciones, sin miedos o frustraciones… Lo que sí necesitamos son recursos y estrategias para poder acoger el proceso de cambio como lo que es: un tiempo costoso en el que aprender, descubrir y mirar hacia dentro para poder abordar otras circunstancias parecidas y gestionarlas con nuevas perspectivas, nuevos recursos y nuevas miradas.



