El acompañamiento y el cuidado de los niños es una obligación para el adulto, y no digo “debería”, pues abre la puerta al incumplimiento. Llevamos décadas en las que es habitual que este cuidado y acompañamiento se delegue en la figura maravillosa del cuidador externo. Personas dedicadas en cuerpo y alma a NUESTROS hijos/as. No les falta de nada, tan sólo su padre, su madre, y tiempo juntos. Tiempo que no volverá.
Nos perdemos muchas de sus alegrías, de sus penas o temores, nos perdemos instantes irrepetibles de sus vidas. La mayoría de las veces, trabajando, trabajando mucho, excesivamente, para colmarles de bienes, que no podrán llenar su corazón, o al menos no tanto como dedicarles tiempo y espacio en nuestras ajetreadas vidas de adultos.
¡Nos buscan tantas veces! Pero estamos atendiendo al móvil, a las tareas del hogar, a preocupaciones varias, y ellos nos siguen buscando, y buscando…
Nosotros/as decidimos formar una familia, ellos no lo decidieron, y por eso no entienden nada cuando se sienten solos, pequeños al crecer a nuestro lado, y en el peor de los casos invisibles.
Al llegar la adolescencia, nos siguen buscando, pero enfadados, rebeldes y con ansias de libertad, y salen a llenar esa soledad, tropezando con las drogas, los grupos de iguales que les iluminan con ideas de pertenencia e importancia, la libre disposición del tiempo, y encuentran la comprensión que creen les puede ayudar, allí, lejos del adulto que no le ha acompañado cómo necesitaban, en el juego, el aburrimiento, el estar y el sentir, el adulto que sabe que es lo mejor para él/ella, pero al que ya no escuchan y al que reprochan su soledad.
Acompaña a tu hijo/a, juega con él aunque lo creas imposible, desengánchate de las tecnologías y engánchate a su mirada, cuídale con tus manos y seca sus lágrimas, que llegará el día natural en el que se aleje, pero que lo haga sin soledad, sabiendo que tu hueco no se suple con nada de lo que encuentre en el camino.
“Yo no sé de pájaros,
No conozco la historia del fuego.
Pero creo que mi soledad debería tener alas.”
(Alejandra Pizarnik, una gran poeta, que experimentó la soledad en su infancia.)
Seamos alas para la soledad de nuestros hijos/as.