Hay quien dice, y yo lo creo, que la persona, más allá de la muerte física, solo morimos cuando ya nadie nos recuerda, cuando nadie nos nombra. Por eso, cuando empezamos a borrar la imagen de nuestras personas queridas que ya no se encuentran con nosotras, nos angustiamos, y nos angustiamos porque tenemos la idea de que este es el primer paso para empezar a olvidarlas y olvidarlas, es lo último que quisiéramos, ¿no es cierto?.
Pensando en esto me venía que las personas, al final, somos eso, recuerdos y que cuando pensamos en alguien, todo nuestro cuerpo reacciona a aquello que nos produjo la vivencia de quien traemos a nuestro presente. A veces, nos asoma una mueca de dolor, o nos sorprendemos con el entrecejo fruncido, o nos descubrimos con nuestra mandíbula tensa. persona
A mí me gusta cuando en mi cara aparece una sonrisa, fruto del recuerdo que estoy reviviendo, me gusta cuando me sorprendo con una risa casi ahogada y en un intento de que nadie lo note, no vayan a pensar que estoy un poco loca, me pongo la mano en la boca para impedir cualquier sonido gutural. Me gusta esa sensación, me gusta volver a vivir ese recuerdo espontáneo que me dibuja en la cara una sonrisa “casi boba” y que me deja un regustillo placentero y con ganas de seguir recordando.
Las personas, más allá de la muerte física, solo morimos cuando ya nadie nos recuerda, cuando nadie nos nombra.
Nuestra vida está llena de personas. Personas que nos dejaron y que nos dejan toda clase de recuerdos que se convertirán en muecas cuando volvamos a rememorar determinados momentos.
Las personas hemos acumulados muchos de esos momentos en nuestra infancia; momentos inolvidables que ahora de adultas, cuando pensamos en ellos, nos gustan y nos reconfortan. Momentos que recordamos aun cuando ya las caras de sus protagonistas empiezan a desdibujarse, aunque para que esto no ocurra recurrimos a las fotografías y a todos los documentos gráficos posibles.
Si a nosotras nos pasa esto, igualmente les pasará a nuestros hijos e hijas. Parecería interesante poder crear esos momentos inolvidables junto a ellos y a ellas, crear esos momentos donde puedan anclarse y acudir cuando, siendo adultas y adultos, lo necesiten. Recuerdos que les hagan sentirse valorados y valoradas y solo busquen relaciones donde también encuentren este valor.
Puede que hayamos crecido sin estos recuerdos o, por el contrario, los recuerdos acumulados nos resten más que nos sumen y nos devuelven una imagen muy poco agradable de nosotros mismos. Si esto fuera así, no importa, porque hoy y siempre, tenemos la capacidad de elegir, la capacidad para elegir cómo queremos vivir nuestros momentos y lo que queremos que predomine en nuestra vida.
Con todo esto, me surgen varias preguntas: ¿cómo quieres que te recuerden las personas de tu alrededor? ¿Cómo quieres que te recuerden tus hijos e hijas? ¿Cuándo piensen ti, que mueca crees que se les dibujará en la cara?
Y, por último: qué persona eliges ser?



