En ocasiones, en el trabajo terapéutico con niños y adolescentes, nos encontramos con situaciones que sorprenden y nos invitan a reflexionar. Podemos encontrarnos con personas que no son capaces o no se permiten confiar en otras por miedo a la traición. Sin embargo, cada noche rezan y le cuentan todos sus miedos y preocupaciones a Dios.
Por otro lado, no es extraño que una persona que acude a terapia solicite la atención de un profesional creyente, por miedo al juicio o la falta de comprensión.
Para alguien que vive la fe, esta conducta puede parecer natural. Pero desde una mirada externa, puede resultar contradictoria: ¿cómo alguien que no confía en las personas puede confiar profundamente en una figura divina invisible?
Desde la psicología, la respuesta tiene más sentido de lo que parece.
La fe como fuente de seguridad emocional
Diversas investigaciones han demostrado que la religión y la espiritualidad pueden tener un papel protector frente al malestar psicológico. Estudios realizados por Harold G. Koenig y Kenneth Pargament, entre otros, señalan que las personas que practican su fe de manera positiva suelen presentar menores niveles de depresión, más capacidad de afrontamiento y un mayor sentido de propósito vital.
Una de las teorías más estudiadas es la del apego a Dios. Algunas personas experimentan su relación con lo divino como si se tratara de una figura de apego segura.
Dios se convierte en alguien con quien pueden contar, en quien confiar y ante quien poder mostrarse vulnerables. Para muchos niños o adolescentes con historias de desconfianza o heridas relacionales, la relación con Dios puede ofrecer un refugio emocional que no encuentran en su entorno más inmediato.
Cuando la fe ayuda… y cuando duele
La fe puede ser un recurso muy poderoso, pero su efecto depende de cómo se viva.
El psicólogo Kenneth Pargament distingue entre dos formas principales de afrontamiento religioso:
Afrontamiento religioso positivo: apoyarse en la fe para encontrar sentido, pedir ayuda, agradecer o confiar en que el dolor tiene un propósito. Este estilo se relaciona con mayor resiliencia, esperanza y bienestar.
Afrontamiento religioso negativo: interpretar el sufrimiento como un castigo divino, sentir abandono por parte de Dios o vivir con culpa y resentimiento. Este tipo de relación se asocia con más ansiedad, depresión y desesperanza.
En otras palabras, no es la creencia en sí misma la que protege y salva, sino la manera en que se interpreta y se integra en la vida emocional de la persona.
Las grandes preguntas del sufrimiento
En el acompañamiento terapéutico surgen a menudo reflexiones que tocan lo más profundo de la experiencia humana:
“Si Dios es bueno, ¿por qué hay tanto dolor en el mundo?” “¿Por qué me has hecho esto?”
“Gracias por ayudarme a salir de esto.”
“Gracias por llevarte a mi familiar que estaba sufriendo.”
Todas estas frases reflejan diferentes formas de relacionarse con lo trascendente. Algunas expresan rabia o desconcierto; otras, aceptación o gratitud. Desde la psicología, no se trata de juzgar estas vivencias, sino de comprender qué función cumplen. Si ayudan a procesar el dolor o, por el contrario, lo cronifican.
Las llamadas “luchas espirituales” que abordan las dudas, sentimientos de abandono o cuestionamientos de la fe, pueden ser dolorosas, pero también una oportunidad de crecimiento personal cuando se acompañan con respeto y empatía
Qué puede hacer la familia y qué podemos hacer como profesionales
Tanto padres como terapeutas pueden desempeñar un papel importante a la hora de acompañar estas vivencias:
- Escuchar sin juzgar. Permitir que el niño o adolescente exprese sus pensamientos sobre Dios, incluso si son de enfado o culpa, recordando que escuchar es ya una forma de ayudar a sanar.
- Validar el sentido personal que tiene la fe para esa persona. A veces, rezar es simplemente un modo de calmarse, regularse, entenderse a sí mismo, sentirse acompañado o de encontrar esperanza.
- Fomentar una relación saludable con la espiritualidad, basada en la confianza, la gratitud y la búsqueda de significado, no en el miedo o la culpa.
- Colaborar con referentes religiosos o espirituales (si la familia lo desea), para ofrecer una red de apoyo coherente con sus valores.
Conclusión
La religión y la espiritualidad pueden ser fuentes de consuelo, confianza y sentido para muchos usuarios, pero en el caso de niños y adolescentes, que se encuentran en etapas de desarrollo madurativo esencial y especialmente para aquellos que han aprendido a no confiar en las personas, rezar, hablar con Dios o dar gracias puede funcionar como una forma de autorregulación emocional y búsqueda de sentido ante el dolor.
Es posible que aparezcan sentimientos de abandono, culpa o rabia que necesitan ser escuchados y elaborados. Por eso, más allá de creer o no creer, el reto está en acompañar esas vivencias con comprensión, respeto y apertura.
Por otro lado, se tiene que tener la atención necesaria para prever que estas tendencias espirituales no lleven a una corriente que aisle o radicalice. Sabiendo que igual que se puede mantener una relación con lo espiritual sana y positiva, también puede llegar a ser perjudicial para el desarrollo personal, insistiendo en todos los usuarios, pero con énfasis en adolescentes.
En definitiva, la fe, como la psicología, no busca eliminar el sufrimiento, sino darle un significado a la existencia que permita seguir creciendo a pesar de él.