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Cuando el silencio duele: el acoso escolar

Cuando el silencio duele: el acoso escolarHay silencios que pesan más que los gritos. El silencio de un niño que baja la mirada, que deja de reír, que ya no quiere ir al colegio. El silencio del miedo. El del acoso escolar.

Ser víctima de violencia en la escuela -ya sea física, verbal o virtual- no solo deja marcas en el cuerpo, sino también en la forma en que una persona aprende a verse a sí misma. El acoso escolar destruye la confianza, apaga la curiosidad y deja al niño con la sensación de que no pertenece a ningún lugar.

Detrás de cada caso hay una historia que casi nunca se cuenta: la del niño que se encierra en su habitación porque no soporta un día más de burlas; la del adolescente que borra y vuelve a escribir un mensaje que nunca se atreve a enviar. Historias que, de no ser escuchadas, se transforman en rabia, en tristeza, en aislamiento; historias que abren un gotero de síntomas que se van acumulando.

La violencia que se esconde tras la risa

El acoso escolar rara vez comienza con un golpe. Frecuentemente empieza con una broma, una que todos celebran menos el que la recibe. Esa risa compartida crea un muro invisible: el de “nosotros” contra “él”, el de “nosotros” contra “ella”.

Poco a poco, el niño acosado se convence de que merece lo que le pasa. Deja de confiar en los adultos porque siente que nadie lo ve, que nadie lo escucha. A veces, incluso los profesores o los padres interpretan su retraimiento como una “etapa”, sin imaginar que detrás hay una lucha silenciosa.

El peso del miedo

El miedo no solo paraliza: cambia la forma en que uno respira, camina o habla. Quien sufre acoso vive con un nudo constante en el estómago. Teme hablar porque no quiere que empeore. Teme callar porque ya no puede más.

Y en la era digital, el acoso no termina al sonar la campana. El teléfono, las redes sociales, y los grupos de mensajería prolongan el sufrimiento hasta la noche. No hay refugio. No hay descanso.

La mirada adulta que puede cambiarlo todo

Ningún niño debería enfrentar solo el dolor. Los adultos -padres, docentes, tutores, cuidadores…- son la línea de defensa más importante. Pero para poder ayudar, hay que mirar más allá de las notas o del comportamiento. Hay que aprender a leer los silencios, las miradas bajas, los cambios de humor.

A veces, basta una pregunta sincera: “¿Estás bien?”. O un gesto de presencia: quedarse, escuchar, no minimizar, validar. Mostrarles que no tienen que enfrentar el mundo solos.

Educar en empatía

La mejor herramienta contra la violencia no es el castigo, sino la empatía. Enseñar a mirar al otro, a reconocer el daño que una palabra puede causar, a entender que todos -de una forma u otra- necesitamos sentirnos aceptados.

Una esperanza que empieza en casa

Hablar del acoso escolar no es abrir heridas, es empezar a cerrarlas. Cada conversación, cada gesto de apoyo, es una forma de decir “te veo, te creo, estoy contigo”. Porque detrás de cada historia de acoso hay también historias de resiliencia, de chicos y chicas que lograron volver a confiar, que encontraron en el acompañamiento de un adulto el impulso para sanar.

 

El silencio no debe ser el final del relato.

Cuando un niño habla, cuando alguien lo escucha, cuando la empatía sustituye al juicio, empieza el cambio.

Y ese cambio -pequeño, valiente y necesario- puede salvar una vida.

 

Programa Recurra-Ginso

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Ana Bennsar

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