Empieza un nuevo curso y, con él, llega esa energía de renovación tan característica de septiembre. Como cada inicio, surgen propósitos, metas, expectativas, deseos de mejora… Pero entre la ilusión y la presión hay una línea fina que conviene vigilar. Porque cuando las metas son inalcanzables, no motivan: frustran.
Establecer objetivos es una herramienta muy valiosa, tanto en la infancia como en la adolescencia. Les ayuda a organizarse, a conocerse mejor, a responsabilizarse de su proceso. Pero para que eso funcione, hay que cuidar algo esencial: que sean realistas, concretas y adaptadas a su momento vital.
En RECURRA GINSO lo vemos a diario: niños, niñas y adolescentes que se exigen demasiado, que se comparan, que sienten que no están a la altura. Y a veces no es que no lo estén, es que nadie les ha enseñado a diseñar metas alcanzables, ni a tolerar los desvíos del camino.
Enseñar a crear metas alcanzables
Las metas realistas tienen algo de brújula: orientan sin agobiar. No se trata de dejarse llevar por lo que los demás esperan, ni por ideales inalcanzables, sino de marcar pasos asumibles, medibles y revisables. Por ejemplo, en lugar de “este año voy a sacar todo sobresaliente”, quizás sea más útil decir: “quiero mejorar en matemáticas y pedir ayuda cuando no entienda algo”.
Además, es importante que el foco no esté solo en el rendimiento académico. Hay otras metas igual de valiosas: hacer nuevos amigos, participar más en clase, organizar mejor el tiempo, aprender a pedir perdón, manejar mejor los nervios… Crecer no siempre se mide en notas.
Y si hablamos de metas realistas, también hablamos de acompañamiento adulto.
Y si hablamos de metas realistas, también hablamos de acompañamiento adulto. Ayudarles a definir sus objetivos, ponerles nombre, ajustar expectativas y celebrar avances —aunque sean pequeños— es clave para que no se sientan solos en el proceso. También lo es recordarles que equivocarse forma parte del aprendizaje.
Un error habitual es llenar la agenda de metas ambiciosas sin tener en cuenta el ritmo personal, el contexto o la historia emocional del niño o la niña. Lo que debería impulsar termina generando ansiedad. Por eso, conviene preguntarse: ¿para quién es esta meta? ¿Está dentro de sus posibilidades? ¿La quiere realmente o solo cree que debe quererla?
Cuando una meta se ajusta a quien la sostiene, se convierte en una fuente de motivación y autoestima. Cuando no, pesa. Y al final, lo más importante no es cumplir todo lo que se escribe en septiembre, sino sentir que hay un camino propio, flexible y significativo que se va construyendo paso a paso.
Porque crecer no es llegar antes, sino aprender a caminar con sentido.



