Somos autónomos cuando usamos nuestra conciencia moral, es decir, razonamos y consideramos lo qué debemos hacer con todos los datos a nuestra disposición. La autonomía es la capacidad para darse normas a uno mismo sin influencia de presiones externas o internas. La persona autónoma decide que reglas son las que van a guiar su comportamiento. Es capaz de hacer lo que cree que tiene que hacer. Puede analizar lo que estima que debe hacer y considerar si debe hacerse o si se está engañando.
Si enseñamos a un niño a ser autónomo, también le estamos ayudando a ser responsable, a tener mayor seguridad en sí mismo, a tener fuerza de voluntad, a ser disciplinado y a estar tranquilo. Y a crecer feliz.
La responsabilidad se adquiere con la experiencia, ya que la persona deberá tomar decisiones en conciencia, ponderando el valor de lo que se quiere conseguir y las consecuencias que puede acarrear, asumiéndolas. Es muy importante el ejemplo de los adultos y la aprobación social que se dé al niño, pues le sirve de refuerzo.
Nuestros hijos han de interiorizar que más allá de la genética, el azar, o el destino, uno mismo es el capitán de su existencia y puede guiar su vida, que uno mismo es el motor motivacional. Que es uno mismo el que debe aprender de las equivocaciones.
Un niño responsable es capaz de valorar la situación en la que se encuentra, según su experiencia y según lo que sus padres esperan de él, y es capaz, de forma independiente, de tomar una decisión para actuar de modo adecuado.
Si enseñamos a un niño a ser autónomo, también le estamos ayudando a ser responsable, disciplinado a tener seguridad en sí mismo y fuerza de voluntad.
La responsabilidad requiere obediencia y saber elegir y decidir por uno mismo lo mejor posible de acuerdo a su nivel de madurez. A los 7 u 8 años deberían llevar a cabo todos los días tareas de autonomía y utilidad.
En la convivencia cotidiana se utilizan contratos informales en busca de asunción de responsabilidad, del control de los actos, de la normalización de hábitos. Puntualmente (repito, ocasionalmente) puede resultar de interés que los contratos lo sean por escrito y firmados por todos los actores. Los padres deben ser ejemplos para sus hijos, actuando como queremos que ellos actúen. Debemos ser perseverantes, y aguantar sin terminar sus tareas.
Los padres piensan que, si evitan a los hijos dificultades, les dan todo lo que piden o ceden ante cualquier resistencia los harán más felices. Es todo un equívoco, los convertirán en unos chicos débiles, indecisos y no les dejarán crecer correctamente en la responsabilidad.
Hay que darle opciones para elegir y que razone los motivos de su elección. La indecisión es una forma de irresponsabilidad. Corregiremos errores, los analizaremos con él, imaginaremos situaciones posibles, comportamientos que ha de adoptar. Y le enseñaremos a tolerar los cambios imprevistos que trastoquen la decisión tomada.
Hay que devolver a los niños y a los jóvenes la realidad de la vida, es decir, el dolor
Para que los chicos desarrollen su autonomía y responsabilidad los padres deben alabar los logros conseguidos y su esfuerzo, así como enseñar con el ejemplo. Deberán favorecer la participación de los hijos y ayudarlos para que reconozcan sus valores y dificultades de manera realista.
Hay que devolver a los niños y a los jóvenes la realidad de la vida, es decir, el dolor (deben conocerlo y para eso hay que acompañarlos a hospitales donde hay niños con sufrimiento, con enfermedades crónicas, en ocasiones irreversibles). Junto al dolor está la muerte, parte esencial e inevitable de toda vida.
Ha hecho mucho daño el hacer creer que los niños se quiebran con facilidad, se «rompen», no es cierto, son niños, pero adaptables, ciudadanos de pleno derecho que gustan de asumir la responsabilidad que les es propia.
Los niños no sólo solucionan problemas, sino que también los generan y de sus soluciones aprenden constantemente. Hay que darles confianza y ganarnos la suya. Hemos de equilibrar la prudencia con la asunción de responsabilidad y el manejo de la libertad tutelada.
Educar es ayudar al niño a que sea independiente, autónomo, pueda valerse por sí mismo y sepa tomar decisiones. Debe aprender a aceptar las consecuencias de lo que hace, piensa o decide.