A lo largo de la crianza de un hijo, inciden diferentes factores sociales que determinan como será nuestro futuro con ellos, más allá de las características que cada hijo trae y desarrolla. Poco a poco, toman mayor relevancia factores como la escuela, el grupo de iguales y el ocio, llegando estos a ser el todo en la vida de un adolescente.
Destaca que, en casos donde se produce violencia filio parental, estos factores comienzan a ser un hecho diferenciador con respecto a menores que no sufren este tipo de disfunción relacional y convivencial, convirtiéndose en la principal fuente de discusión entre padres e hijos.
Es el tema escolar, en la mayoría de los casos, en los que se da este problema, el punto de partida. Menores que comienzan a no presentar un rendimiento escolar adecuado, llamadas habituales de los centros escolares por comportamientos inapropiados. Y se produce una escalada ascendente de dificultades en dicho contexto que propician, por un lado, la pérdida de hábitos de estudio instaurados en los primeros años de la Primaria, y, en casos más graves, la invitación por parte del centro escolar a un cambio de colegio o instituto.
Estudiando detenidamente los casos, es importante valorar la respuesta de dos agentes socializadores como son la familia y la escuela.
La respuesta en la familia
Por su parte, la familia suele «buscar», indagar y obtener una respuesta de lo que está ocurriendo en factores externos. Bien un posible bulling que esté sufriendo el hijo, bien una patología que explique los síntomas observados (generalmente obtienen la respuesta con el Trastorno por Déficit de Atención con o sin Hiperactividad). O determinar una incapacidad de los menores a alcanzar los objetivos académicos propuestos. Todos estos factores tienen un origen externo a la familia, de manera que poco hace conectar con el malestar interno que los menores sufren a consecuencia de no estar al nivel, no ser lo que se espera de ellos en casa, y también, en la escuela.
El bulling se instala en estos menores de manera significativa. Sufrir acoso, vejación o humillación frecuente por parte de los que esperas sean compañeros, genera gran indefensión. En los casos que en la familia no se detecta el sufrimiento vivido favorece una respuesta del menor hacia aquellos que le debían proteger de todo daño. La incomunicación entre padres e hijos, el alto nivel de ocupación de quienes ejercen la parentalidad y la exigencia social de ser la familia perfecta, favorece pasar por alto cambios en nuestros hijos, miradas perdidas y soledad que a través de un suspenso o falta de asistencia dicen que algo pasa y algo duele.
La respuesta en la escuela
La escuela, por su parte, tiende a buscar factores en el menor/joven, y paralelamente inculpa a la familia por no poder o tener medios suficientes para modificar las calificaciones y problemas del menor. Si bien, no suele darse una visión más profunda de las causas que motivan esta escalada de pérdida de motivación, desesperanza en casos más graves y desajuste en un contexto que para los menores es positivo. Aunque, de alguna manera, el equipo docente aborde lo que ocurre, no suelen contar con medios personales y formativos para tener una visión más global del problema. Esto sucede no por falta de deseo de ayudar y sacar adelante al menor, sino por imposibilidad para intervenir con un chico teniendo a cargo otros veinte.
Se ha observado que en muchos casos pasan de un colegio a otro, acumulando fracaso tras fracaso, inadaptación tras inadaptación. Convirtiendo los factores que un principio eran externos en internos: «qué me pasa que no encajo en ningún colegio». Los cambios requieren reestructuraciones, y es complicado poder adaptarse a un nuevo contexto escolar cuando el colegio se ha convertido en algo hostil y origen de la discusión que más tarde tendré en casa.
Finalmente, la unión de estos elementos favorece el abandono de la formación, la pérdida de un itinerario escolar. Y, con ello, la imposibilidad de un proyecto de futuro que favorezca el proceso natural de autonomía e independencia y, por tanto, desarrollo y diferenciación de nuestros padres y crecimiento y vida propia.
La importancia de una intervención integral para evitar la violencia filio parental
El abordar el fracaso escolar a través de factores internos y externos del menor favorece conocer no solo al chico, sino aquellos elementos que la sociedad y la familia deben cambiar. Destacar que el indagar pormenorizadamente sobre las características de los hijos, el sentir de éstos ante situaciones de estrés, alienta hacia una mejor intervención en la situación-problema.
Desde Campus Unidos se promueve una intervención integral que incluye tanto al menor como a la familia. Y se gestionan las relaciones con iguales a través de convivencia con menores/jóvenes en situación similar, pudiendo crear un contexto de confianza, donde ellos puedan conectar con el malestar que motivó el inicio de una pérdida de vida saludable y feliz.
Para más información de nuestros programas con adolescentes, puede visitar Ginso y Programa Recurra-Ginso