Antes de nada, es interesante que nos preguntemos: ¿Qué es la autocompasión?
Como bien expresa el término, es la compasión hacia uno mismo.
En muchas ocasiones, se confunde con la lástima, con el victimismo, la derrota… y sin embargo, nada tiene que ver.
La lástima conlleva una actitud pasiva en la que uno se regodea en su sentir, pudiendo llevar a la autodestrucción, al aislamiento, a infravalorarse… con pensamientos recurrentes del tipo: “¿por qué siempre me tiene que pasar todo lo malo a mí?”, “la vida no es justa conmigo…”, “desde niño/a, nunca he tenido buena suerte…”
A su vez, conlleva que uno no asuma su propia responsabilidad. Al verse poco valioso, insuficiente o sin suerte en la vida, no tendrá como objetivo desarrollar acciones positivas de su propio cuidado y bienestar.
Además, la lástima tiene pesadas cadenas que condenan a uno mismo y a los de su alrededor. Con frecuencia, hace sentir culpable a un tercero para que se haga responsable de esa persona, evitando así sus fracasos o posibles errores.
A diferencia, nos encontramos la autocompasión, una actitud proactiva que conlleva liberarse a uno mismo y a los otros del sufrimiento.
Esta cualidad es definida por Neff (2017) como la suma del mindfulness (una actitud de atención al instante presente, momento a momento), la humanidad compartida (la sensación que aquello que te sucede a ti no es algo particular sino que tu sufrimiento es compartido con otras personas) y el trato amable (en vez de juzgarte tener un trato tierno y comprensivo hacia ti mismo).
La autocompasión, una actitud proactiva que conlleva liberarse a uno mismo y a los otros del sufrimiento
Pareciera que la cultura occidental durante muchas décadas, ha basado el esfuerzo, el éxito, la motivación o incluso la crianza de los hijos en la exigencia, el juicio o la corrección.
Sin embargo, es importante diferenciar y señalar que el criticismo saludable es totalmente necesario, conllevará un aprendizaje, un avance, siempre y cuando no nos tratemos con dureza y menosprecio hacia uno mismo.
Evaluarnos o juzgar nuestro valor como persona posiblemente nos conllevará la pérdida de nuestra confianza. Creemos que la forma dura, el flagelarse será más efectivo que tratarnos bondadosamente y con comprensión. La autocrítica nos da la falsa ilusión de control de uno mismo: “si me esfuerzo más y cambio, seguro que soy brillante”. Es una motivación que apoya sus pilares en el miedo, en la vergüenza: “no soy bueno si fallo, debo hacer mucho más y seré feliz cuando tenga éxito”.
La autocompasión conlleva que la persona se haga responsable de sus propios errores, que no caiga en justificaciones o excusas para aliviar su culpa, ya que entiende y acepta, que él y todos comentemos errores y que está bien equivocarse, no hay juicio en ello.
Cuando uno es consciente de su sufrimiento, lo observa con claridad tal y como es, no lo ignora pero tampoco lo sobredimensiona. Podría decirse que es una actitud de valentía, de coraje, en la que se mira de frente, permitiendo abrirnos a nuestras carencias pero motivándonos con amabilidad y perdón.
La autocompasión ayuda al bienestar de uno mismo, perdiendo el miedo a transitar situaciones complicadas o emociones difíciles que remueven. Hace que uno se sostenga con amor y respeto, desde la calma y serenidad.
Utilicemos esta gran herramienta para nuestra felicidad y la de nuestros terceros.



