De un tiempo a esta parte, estoy reflexionando sobre la educación de mis hijos y es que, en mi caso, siendo psicólogo, conozco teorías, modelos, técnicas, qué trato de aplicar y en las que me baso. Serían como mapas donde poder ver el terreno en perspectiva. De lo que me doy cuenta a la hora de ponerlo en práctica, es que influyen otras variables como son las personalidades o caracteres individuales de cada uno/a. Compatibilizar el carácter de mis hijos, con el mío propio o el de mi mujer, a veces se convierte en un choque de trenes, más allá, como decía, de poder aplicar algunas técnicas concretas.
No puedo obviar mi histórico personal, de dónde vengo, como fui educado, qué valores había en mi familia, experiencias propias vividas, hitos significativos que me han marcado para siempre. Todo esto, indudablemente, ha forjado una personalidad en mí, que conviene que conozca para saber como se pone en juego en las relaciones.
Tomemos conciencia de nuestras fortalezas y debilidades, aquello que valoramos, lo que nos cuesta tolerar o en qué somos intransigentes.
Un ejemplo propio son los miedos que ahora emergen sobre el contagio del coronavirus y como eso choca con la necesidad de mis hijos de tocarlo todo y relacionarse sin mantener distancias. Algo imprescindible para conocer el mundo. Vemos y vivimos las situaciones con perspectivas diferentes, como cuando observo a los niños emocionados subidos escalando las rocas y a mi mujer advirtiéndoles: ¡peligro, peligro! He aquí la importancia de saber distinguir entre cuál es tu miedo y cuál es el mío. Si lo tenemos claro, será más fácil no ponérselo al otro/a. Hagamos el ejercicio de conocernos, atrevámonos a mirarnos. Tomemos conciencia de nuestras fortalezas y debilidades, aquello qué valoramos, lo que nos cuesta tolerar o en que somos intransigentes. Conocer nuestros lados angelicales y nuestros lados más demoníacos. Ya que como decía Carl Gustav Jung “el conocimiento de tu propia oscuridad es el mejor método para hacerle frente a las tinieblas de otras personas”.
Para esto, existen los caminos del autoconocimiento y crecimiento personal. Si queremos conocer a nuestros hijos/as y si queremos mostrarles cómo somos, tenemos que mirarnos a nosotros/as mismos/as. Si no sé dónde estoy, es imposible que me oriente para llegar a mi meta y es imposible acompañar las metas de los demás.
La terapia es tan buena que todo el mundo debería hacerla. Analicemos las posibilidades que nos abre:
- Cuidado a uno/a mismo/a cuando los hijos requieren una constante dedicación, y así, encontrar el espacio para reencontrarse con uno/a. También poder educar y acompañar, sin renunciar a mis necesidades y realidades. Aceptar mi inconsistencia sin castigarme, como cuando le doy móvil o le pongo la tele porque necesito espacio, aunque no me parezca lo más adecuado.
- Analizar nuestras carencias que a veces buscamos llenar con los hijos/as, las parejas, actividades, hábitos de consumo…
- El espacio terapéutico es una oportunidad para que el yo tome presencia. También encontrar otras miradas que mejoren la comprensión del otro/a. Las relaciones implican un “yo” y un “tú”. Si desaparece el yo o desaparece el tú, ya no hay relación.
- Abrirse al mundo, abrirse a la experiencia y tomar más conciencia de sentimientos, actitudes y situaciones. Como decía Carl R. Rogers: “En una situación nueva, la persona es capaz de aceptar los hechos tal como son y no los distorsiona con el objeto de que se ajusten al modelo que le sirve de guía”.
- Desarrollar potencialidades. Salir de los roles o maneras de funcionar habituales, comprendiendo que somos todo.
- Sentir menos temor a sacar de dentro y desarrollar confianza en uno/a mismo/a, adquiriendo menos necesidad de aprobación o evaluación externa.
- Integrar episodios que tenemos olvidados, inconclusos o simplemente intentar modelar aspectos de nuestro carácter.
- Entendamos la terapia como un proceso y no como un objetivo. Sintiéndonos en movimiento, en un llegar a ser y no en un producto acabado.




Como dice la canción contigo aprendí…aprendí a mirar dentro de mi, a superar miedos y grandes temores, a dejar de culparme por no ser una super madre. Y ahora con mucho trabajo para conocer mis límites, mis fallos y mis dones,.
Gracias a eso mi hija vive bajo sus responsabilidades yo ya no admito cargar con sus consecuencias y he descubierto que con lo vivido malo, malísimo y no tan malo he visto que tengo una empatía excesiva y estoy aprendiendo a utilizarla y
y canalizarla en ayudar a los demás, sin que ello me arrastre como ocurría antes.
Me encanta dedicar mi tiempo a hacer sentir querido , atendido y apoyado a las personas más vulnerables.
Aunque aveces te lo puse difícil, quiero agradecerte cuanto nos ayudaste en las terapiasm